Estos actos son una parte inevitable de la vida y se pueden llevar de mejor manera si se toman en cuenta aspectos que nos ayuden a actuar, sentir y pensar oportunamente.
La discusión es una prueba inequívoca de que algo (o alguien) nos importa, porque todos quienes se ven involucrados en ella invierten energía y afectividad, la cual interviene en nuestro estado de ánimo, nuestra forma de ver las circunstancias y en la forma de interrelacionarse con el mundo.
¿Qué nos hace discutir?
Este acto, en sí mismo, no es negativo. Hay un sinnúmero de ejemplos en los que una discusión acalorada ha llevado a acuerdos invaluables y a momentos creativos significativos, tanto a nivel personal como en los espacios profesionales. Esto no significa que toda discusión lleve a resultados favorables. Es importante reconocer cuándo una discusión puede ser constructiva, cuándo no y cómo discutir, de manera que el intercambio no implique agresión o violencia.
Cuando algo nos importa, solemos estar más predispuestos al desacuerdo. Tanto en la vida de pareja, familiar o laboral, los desacuerdos llevan a discusiones las cuales, muchas veces, escalan a situaciones que no podemos manejar.
Los conflictos de este tipo son parte de la vida en relación y, por lo mismo, hay que afrontarlos. Evitarlos generará que las cosas escalen y, finalmente, nos dañen o dañemos de formas que pueden ser irreparables.
Las discusiones se dan, sobre todo, en tres espacios vitales: la pareja, la familia y el trabajo. Si bien son espacios distintos, en todos ellos hay elementos que podemos tomar en cuenta para gestionar, de mejor forma y más positiva, los desacuerdos. Se trata de expresar nuestras ideas y sentimientos de forma espontánea y constructiva. De cómo lo gestionemos dependerá que tengamos una vida más plena y saludable.
¿Dejarse llevar o autocontrol?
Los desacuerdos suelen empezar con un tema específico e irse ramificando como consecuencia del acaloramiento y la carga emocional. Si queremos discutir de forma positiva, es fundamental ubicar el tema central y no dar pie a retomar temas pasados u otros. Es importante tratar un tema a la vez y concentrarse en hablar sobre el mismo y ser conscientes de que temas más simples y superficiales estén encubriendo otros factores de los que no se ha hablado por temor o descuido. Abordar el tema de discusión (“el toro por los cuernos”) es fundamental y traerá frutos positivos para la relación.
Escuchar es distinto a oír. Es común que, durante una discusión, no escuchemos. Nos limitamos a oír lo que el otro nos dice y a preparar nuestra respuesta, mientras más agresiva mejor, con el fin de “callar” al otro o “ganar la pelea”. Ponernos en una posición de escucha activa, buscando entender lo que nos están expresando, llevará a que comprendamos mejor la posición del otro y, en muchos casos, a aprender del otro, de sus ideas y propuestas. Además, nuestra posición corporal, al escuchar, hará notar al otro que estamos atentos, que nos importa lo que dice y que estamos dispuestos y abiertos a un diálogo productivo.
Escuchar significa, además, dejar que el otro se exprese, no interrumpir y concentrarse en lo que dice con interés y respeto.
Se discute sobre un hecho o problema, no sobre la persona. Esta es una premisa fundamental en todo proceso relacional. Comúnmente, un conflicto por un tema específico termina en agresiones personales a una u otra persona y esto puede hacer el desacuerdo irreparable. Las palabras pueden convertirse en armas contra la otra persona, generando rupturas insalvables. Es fundamental quitar emotividad y no permitir que la ira invada la discusión.
Discutir para crecer positivamente
1. Averigüe en qué están de acuerdo.
Una buena base para tener discusiones constructivas es tener claros los acuerdos. Si han mantenido una relación en el tiempo significa que hay cosas que comparten y, en muchas ocasiones, esos acuerdos pueden hacernos ‘volver’ a una posición más positiva y menos confrontadora.
2. Reformular lo que el otro dice
. Una buena manera para ver si estamos comprendiendo lo que el otro plantea durante la discusión es hacer el ejercicio de decir, con palabras propias, lo que el otro expresa. Esto, además, demuestra nuestro interés, nuestra escucha y nuestro respeto. Al mismo tiempo, permite que el otro escuche cómo nos habla, cómo se hace entender y cómo formula sus ideas.
3. Escoger el momento adecuado y saber cuándo parar.
Este tipo de conflictos surgen, muchas veces, en momentos imprevistos por una de las partes. Es fundamental que se sepa posponer el desacuerdo hasta estar en un momento y lugar más adecuados: en donde haya privacidad para intercambiar ideas, concentración de las partes y tiempo suficiente para agotar el tema ya que, interrumpir abruptamente una discusión, hace más difícil el retomarla posteriormente.
4. No tomar decisiones en la discusión.
Es sabido que tomar decisiones importantes en los momentos de mayor emotividad -o de crisis- no es lo mejor si lo que queremos es, por un lado, sostener nuestra decisión y, por otro, hacer la elección adecuada para nosotros y quienes forman parte de nuestra vida. Por ello, es mejor terminar la discusión, procurar tomar distancia y perspectiva y, si es necesario tomar una decisión, hacerlo cuando los niveles emotivos hayan bajado. Recoger distintas perspectivas sobre el problema puede ayudar a que la decisión que se tome sea mejor y más argumentada. Para ello, es necesario darse el tiempo suficiente.
Finalmente, no es bueno evitar las discusiones. Es mejor reconocer que estas son parte de la vida. Abordarlas de forma respetuosa, considerada y seria es importante para reafirmar lo que es positivo e importante y desechar lo que hace ruido y perjudica el desarrollo pleno y positivo de las relaciones que nos conforman e importan.
Discutir con respeto para comprender, para aprender juntos y para reflexionar desde otra perspectiva |
2 comentarios
Interesante el artículo con un contenido bastante claro y aplicable.
Estimada Ana, muchas gracias por su comentario. Nos alegra saber que el contenido de la revista es de su interés.