miércoles 20 de noviembre de 2024

El desarrollo biológico y emocional de la sexualidad femenina

El desarrollo biológico y emocional de la sexualidad femenina

El desarrollo biológico y emocional de la sexualidad femenina

Es un factor básico en la vida de cada mujer, que evoluciona según la etapa por la que se esté atravesando.

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Revista Maxi, en colaboración con Five, presenta esta sección especial de sexualidad responsable, que pretende educar y fomentar el bienestar, tanto de mujeres como de hombres, en relación a su sexualidad. Comparta estos contenidos elaborados por dos expertos en el tema y úselos como una guía para usted y su familia.

Hablar de sexualidad es más que hablar de sexo o de género. La sexualidad es el sexo, el género y también otros elementos que nos conforman como seres humanos. Es, posiblemente, la característica más humana y, al mismo tiempo, uno de los factores de nuestro ser que más influencia tiene de los elementos de la época, históricos, culturales y sociales.

En este primer artículo sobre la sexualidad humana abordaremos algunas características de la sexualidad femenina, desde la perspectiva biológico-anatómica y, sobre todo emocional, con el objetivo de invitar a una comprensión más amplia y reflexiva, no centrada en la mera información, sobre lo que constituye lo femenino y las implicaciones en la vida sexual de las mujeres.

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Los inicios

Desde la perspectiva médica, en un feto de 12 semanas ya se puede identificar su sexo, ya que la presencia de sus órganos genitales es evidente. Para los padres, sobre todo en nuestra cultura, esta noticia es importante y definirá mucho del comportamiento o vida de ese futuro niño o niña. En muchos casos, de eso dependerán las expectativas con las que los recibirán en su nacimiento.

El desarrollo sexual de la mujer y del hombre es un proceso que ocurre en el transcurso de la vida. En él, están presentes las influencias de la biología, la psicología, la sociedad y la cultura. Sin embargo, más allá de los fenómenos biológicos o fisiológicos (anatomía y hormonas que tienen que ver con la sexualidad), el hecho es que la primera relación de intimidad, de construcción de un vínculo relacional significativo, y eso es parte de la vida sexual de todo ser humano, es con la madre.

Desde que las niñas y niños nacen, a través de la mirada, los gestos y las palabras del adulto, hijos e hijas aprenden a cuidar y a disfrutar sus cuerpos. Cada caricia, cada señal, será importante para ellos y les permitirá conocerse, valorarse y protegerse. Les dará piel y la sensación e intuición que son un cuerpo que merece afecto casto (significa sin carga erótica), protección, respeto y reconocimiento.

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La etapa de la lactancia está marcada por el contacto físico y sensual. Las sensaciones olfativas, auditivas, visuales y táctiles que el contacto amoroso y casto de la madre propician son fundamentales para el desarrollo emocional y físico del bebé. También la auto estimulación de los órganos genitales es común antes de los dos años. Sin embargo, no tiene las connotaciones de la masturbación en el adulto, más bien se trata de una forma de autoconocimiento de los bebes lactantes y, al mismo tiempo, una forma de auto tranquilizarse, de manejar la ansiedad, de explorar.

Lo fundamental en esta etapa es la calidad en la relación entre hijos y padres que será determinante para las relaciones emocionales posteriores, para se desarrollen dentro de la órbita de la dignidad humana, del placer consensado y recíproco. Se trata de un vínculo del lactante con su madre, padre o la persona que le proporciona los cuidados, que surge desde horas después de nacer y se mantendrá durante todo el período de lactancia.
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Recién a partir de los dos años las niñas saben que son diferentes a los niños. Esta idea surge, sobre todo, por la influencia de la cultura y la sociedad que determinan cómo vestirlas, qué colores usar o qué juguetes deben preferir. Es decir, cómo se entiende el género femenino y el ser mujer. 

En la infancia, esta idea de “lo femenino” suele ser muy rígida, estereotipada y está sostenida, además, por la educación tradicional y los valores culturales que, con el transcurrir de los años, también se han flexibilizado. Hoy en día es común escuchar a padres y madres que procuran no fortalecer los roles de género con juguetes o colores y permitir que sus hijos experimenten mayor libertad en su desarrollo psicoemocional.

Entre los siete y 10 años, el interés por lo sexual y la diferenciación entre hombres y mujeres crece y la curiosidad por experimentar sensaciones placenteras también. Es común que las niñas y niños exploren su propio cuerpo y se familiaricen con las sensaciones que produce el contacto con las zonas genitales. Para los padres y madres, es el momento de enseñarles que la masturbación es una actividad que se hace en privado y educarles (dándoles ejemplo) en el sentido del “pudor”, en el derecho al pudor, fundamental para la prevención de abuso sexual infantil.

El pudor es un sentimiento que posibilita la autoprotección. Implica acciones concretas para proteger de la “mirada del otro” ciertas conductas o partes del cuerpo que, por ser muy íntimas, solo se comparten con las personas con las que hay una estrecha relación de confianza y seguridad.
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De los tres a los siete años la sexualidad se torna más social y es común ver jugando a niños y niñas a “la mamá y el papá” o “al doctor”, en donde los roles de género se aprenden y se sostienen. Sin embargo, es raro que haya un interés sexual como se entiende en la adolescencia o adultez. Las niñas quieren imitar a otras niñas mayores o mujeres adultas en su comportamiento, lo que será importante para su desarrollo psicoemocional y su relación con los miembros varones de su cultura.

Durante la preadolescencia (de los ocho a 12 años), comienzan los primeros cambios corporales, sobre todo a partir de los 10 años, donde las niñas comienzan a experimentar el crecimiento del vello púbico y axilar, además del crecimiento incipiente de las mamas. Además, en esta etapa comienzan los cambios hormonales que determinarán la vida sexual de los hombres y mujeres adultos. 

Estudios realizados en población de entre los 10 y los 18 años determinan que muchas de las y los participantes sintieron por primera vez atracción sexual por otra persona entre los 9 y 11 años. En esta etapa, además, es más frecuente la masturbación tanto en hombres como en mujeres. La diferencia está en que los primeros suelen conocer de esta práctica por conversaciones con sus amigos, mientras que la mayoría de niñas la descubren accidentalmente. Es una práctica humana normal y natural, que merece respeto y, como se dijo, el dejar en claro, que es una práctica que se hace en privado, sin exponerse y sin exhibicionismos o invasiones del pudor de los demás.

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La sexualidad en la adolescencia

La adolescencia está marcada por los cambios, no solo a nivel individual (físico y emocional), sino también a nivel cultural y social. En muchos aspectos, la etapa de la adolescencia está marcada por la desinformación, el prejuicio, la falta de diálogo, la falta de comprensión de la individualidad de las personas y los procesos por los que ellas pasan.

A partir de los 13 años, las niñas suelen experimentar un repentino interés por los niños del otro sexo, relacionado con los cambios de los niveles de hormonas, la influencia social y el aumento de las expectativas culturales y sociales por los roles de los adultos. Es en esta etapa en que se percibe mayor diferenciación en el desarrollo psicoemocional de los hombres y las mujeres, que está influenciado por la cultura y los lineamientos sociales. 

Para una adolescente (entre 13 a 19 años), ser mujer estará determinado, en la mayoría de los casos, por lo que se espera de ella (mayor sensibilidad, pasividad y actitudes de atracción hacia el otro sexo), aunque hormonalmente los cambios sean similares a los que experimentan los hombres a esa edad.

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Uno de los signos de la adolescencia en las mujeres es el aparecimiento de la menstruación y los procesos que la rodean. No se trata solamente de una consecuencia del crecimiento y el aumento hormonal, sino que también tiene repercusiones en las emociones y la psicología de las mujeres que, sin embargo, ha sido manipulada y tergiversada por la sociedad en la que vivimos. 

Según los estudios científicos, algunas de las mujeres experimentan fluctuaciones en su estado de ánimo en el periodo menstrual. Sin embargo, los cambios (su magnitud) varía según la mujer, las circunstancias y el contexto relacional por las que atraviesa. Por ello es fundamental tener una mirada comprensiva, informada y sin prejuicios sobre los efectos psicológicos que tiene la menstruación en las mujeres de todas las edades.

La adolescencia femenina ha estado marcada por una mirada estereotipada, en la que la cultura dominante pone la tónica de prejuicio relacionado con polos como la extrema sexuación (la adolescente fatale que solo está para provocar) o la inhibición total de la sexualidad en la que las jóvenes se ven sometidas a extremo control, desconfianza y aislamiento. Lo cierto es que ser adolescente mujer, en nuestros tiempos, debería ser igual que ser adolescente hombre, es decir, una oportunidad para aprender a vivir los derechos y la libertad, con respeto por el otro y autocuidado responsable.

En esta edad es donde comienzan, generalmente, las experiencias sexuales que permitirán a las mujeres y hombres, aprender a relacionarse con los otros de una manera respetuosa y con valores. Hablar del consentimiento, los derechos, los límites y el respeto es fundamental si queremos que los adolescentes vivan su sexualidad de manera responsable y con autocuidado.  Desmitificar el sexo y normalizarlo (hablar de él y no plantearlo como un tabú o como una moda que se sigue por obligación o para recibir aceptación a cualquier precio) pueden ser herramientas que ayuden a prevenir embarazos no deseados (el Ecuador es el segundo país de Latinoamérica con incidencia de embarazo adolescente), matrimonios precipitados, enfermedades de transmisión sexual (ETS) entre otros males.

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La sexualidad en la adultez

A partir de los 19 años, la sexualidad es parte fundamental de la vida. Se trata de reconocerse como mujer que experimenta placer y que pueda darlo y generar relaciones significativas a lo largo de la vida. La adultez inicia la posibilidad de ejercer la libertad de la elección de una pareja y vivir las experiencias sexuales que considere que son positivas para el propio desarrollo.

La cultura ha silenciado, a lo largo del tiempo, la sexualidad de las mujeres, llenándola de prejuicios e ideas que la mitifican o la demonizan. Lo cierto es que una mujer adulta, igual que un hombre adulto, puede vivir su sexualidad de manera plena si se conecta con su propio deseo y se abre a dialogar con el deseo del otro, si se conoce físicamente, conoce sus gustos y los de su pareja.

Durante la vida de pareja, uno de los elementos que la constituyen es la vida sexual activa, en la que los protagonistas buscan, no solamente la propia satisfacción, sino complacer al otro y cuidarlo. Hablar sobre sexo con la pareja, sin miedo y sin reservas, es una de las mejores formas de acercarse al otro y fortalecer el vínculo para que se mantengan en el tiempo, como interlocutores de un gozo recíproco y auténtico.

Finalmente, en la plena adultez (50 años en adelante), la sexualidad femenina toma otro giro, con el aparecimiento de la menopausia como indicativo de la finalización de la capacidad de ser madre y el inicio de una nueva etapa. 

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Los cambios físicos en la mujer suelen asociarse a la falta de deseo, sin embargo, investigaciones al respecto sostienen que no tiene que ser así. Una mujer que tiene una vida sexual activa, en la adultez, retrasa el envejecimiento de sus órganos genitales. El uso de gel como substituto de la lubricación vaginal, por ejemplo, ha mejorado la calidad de las relaciones sexuales de las mujeres después de la menopausia lo que, además, ha sostenido un vínculo saludable con la pareja.

De la misma manera, la histerectomía (extirpación del útero de manera quirúrgica), no significa una disminución del deseo sexual y no tiene por qué tener un impacto en la sexualidad de la mujer adulta. Estudios de sexólogos reconocidos plantean que hay dos elementos que sostienen la capacidad sexual en la vejez, tanto en hombres como en mujeres: una buena salud física, salud mental y regularidad en la expresión sexual, esto quiere decir que una vida sexual activa promueve el bienestar integral.

La vejez en la sexualidad no debería ser considerada negativa. De hecho, en muchas culturas y sociedades, las mujeres ancianas tienen una vida sexual activa placentera por la experiencia que han ganado en años y porque sus parejas están dispuestas, también, a experimentar el placer. Una mirada negativa del sexo en la vejez está más vinculada a la sobrevaloración de la juventud y a la creencia religiosa de que el sexo tiene un objetivo de procreación exclusivamente. 

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Perspectiva relacional para construir conjuntamente intimidad sexual

Confiar para construir intimidad y conectarse con el placer

“Hacer el amor”, significa un amor que se hace, que va junto al amor que se piensa y al amor que se siente. Amar es hacer que el otro se sienta amado. Ese estilo de amar es el que nutre la relación. Lo que se recibe del otro tiene mucho que ver con lo que se da. Intimidad significa abrir nuestro corazón al otro. El deseo humaniza, más aún un deseo que se abre al diálogo con el deseo del otro, al encuentro transformador, cada vez que se produce este diálogo íntimo, gozoso, hecho de complicidad, simpatía, reconocimiento y afecto.

Aprender a disfrutar con los restantes aspectos positivos que la intimidad sexual genera la conexión con las mutuas vulnerabilidades y el cuidado del cuerpo, por ejemplo. Hacer que el otro se sienta bien en su cuerpo; sin críticas groseras. Manifestando la plena y sincera aceptación -gracias al deseo compartido- del cuerpo del otro, tal como es. El sexo es la manera de dialogar con el deseo mutuo, significa su realización, el objetivo de la atracción y conexión relacional.

Cuidar la relación sexual es desarrollar una sensibilidad fina con el deseo propio y del otro, que pasa por descubrir, aceptar y valorar la corporeidad del otro: percibirlo y reconocerlo como atractivo y hacer que se sienta objeto de atracción, compartiendo el placer no sólo físicamente sino como sentimiento de plenitud en una entrega recíproca, libre de culpas, miedos y prejuicios.

El sexo requiere intimidad y también la produce. El vínculo sexual se refuerza en la medida en que el intercambio amatorio es satisfactorio y eso tiene que ver evidentemente con los orgasmos que se experimentan de manera auténtica, sin fingimientos (y, sin que sea una obligación o competencia, o parte de una lucha de poder).

Amar, en el encuentro sexuado es identificarse con el otro y no imponerle nuestro deseo. El placer viene con un estilo de caricias que siento que el otro desea que le haga, no con las que le impongo.

El estrés o el resentimiento son enemigos feroces de la sexualidad. Asimismo, los conflictos emocionales, la depresión, los traumas sexuales, una educación anti sexual, el apego o dependencia inmaduros a los padres, el miedo al compromiso y a la intimidad, también influyen negativamente en la capacidad de desear.

Para poder abandonarse a la experiencia de intimidad sexual es necesario que la persona se conozca a sí misma, acepte sus virtudes y sus defectos, conozca sus emociones, lo que le gusta y lo que no, que se autorice a explorar, descubrir y disfrutar y dejar disfrutar. Así, no siente amenazada su integridad ni su libertad al ponerse en el lugar del otro, no deja de ser sí misma. Puede ser receptiva a los mensajes del otro, creando una relación no intrusiva, participativa y sintiéndose conectada.

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La comunicación sexual

Parece ser que resulta más fácil desnudar el cuerpo que el espíritu. Puede ser más fácil practicar diversas conductas sexuales durante un encuentro con la pareja, que expresar una conducta sexual fundamental para la armonía sexual y emocional: la comunicación.

Los miembros de una pareja, aun manteniendo una vida sexual activa, pueden no haber compartido nunca sus curiosidades, fantasías, sus necesidades, sus deseos, ni sus sentimientos. Autocensurando sus verdaderas necesidades, evitando conectarse o comprometerse con las necesidades del otro.

Es bueno no pretender adivinar lo que el otro quiere, sino preguntárselo. Así como no esperar a que el otro adivine, sino decírselo. Probablemente, intentarlo lleve a un esfuerzo de voluntad, apertura, confianza y valentía. Hacerlo sirve para una armonía y complicidad sexual real.

La calidad de las conversaciones que hacemos con nuestros cuerpos (el cuerpo habla) y con las palabras y silencios en la intimidad sexual, en la construcción del vínculo sexual, dicen de la calidad de nuestra vida como pareja, como personas.

Para el placer no hay recetas o manuales, y muchas veces no es tanto el qué sino el cómo y el con quién es lo que hace la diferencia, que da sentido y renueva creativamente el significado del placer. En realidad, hay tantas maneras de dar y recibir placer como personas existen.

Una comunicación abierta y positiva, la sinceridad, el respeto, la confianza, el reconocimiento son potenciadores de placer. Cuando sentimos atención y seguridad podemos centrarnos en la vivencia sexual y afectiva y dar rienda suelta a nuestra imaginación. Ocuparnos por nuestro propio placer al mismo tiempo que nos involucramos en el placer del otro.

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Maritza Crespo Balderrama, M.A. y Diego Tapia Figueroa

Ph.D. Psicólogos Clínicos
098 706 2628

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