Reconocer de dónde venimos y nuestras raíces culturales, es parte fundamental de lo que somos y queremos ser, de nuestra identidad.
En contextos como el del Ecuador, en que los niveles de incertidumbre crecen día a día y en los que pareciera que nos rodean las noticias negativas, es difícil pensar en razones por las que estar orgullosos de la tierra en la que hemos nacido.
Los noticieros, las redes sociales, los diálogos entre vecinos y colegas, están plagados de mal humor, malas noticias y hasta desesperanza. Muchas veces, hay que hacer esfuerzos por encontrar algo positivo que comentar o desdramatizar (sin banalizar).
Sin embargo, en esta entrega, quisiéramos aportar con algunas reflexiones sobre el Ecuador desde otras perspectivas, buscando contribuir a la construcción de espacios de diálogo y relacionamiento creativos, alegres y esperanzadores.
El sentimiento de ecuatorianidad
Cuando hablamos de “ecuatorianidad” muchas veces nos remitimos al sentimiento que quienes tuvieron que migrar por diversas razones (en los 90’s, los 2000 o después), experimentan cuando piensan y extrañan la tierra donde nacieron. Son comunes las anécdotas sobre los encuentros de ecuatorianos afincados en otros lugares del globo, para jugar el ecuavóley, tomar o comer los productos típicos, escuchar música y conversar de la tierra, añorar, en definitiva, lo que se tuvo que dejar y, quizás, no volver a ver.
Sin embargo, la pertenencia a un lugar, un territorio y una cultura es parte de la constitución de todo ser humano. Tiene que ver con la valoración de las propias “raíces” que, como en el caso de las plantas, son las que nos sostienen para proyectarnos al futuro.
Si bien cada persona tiene distintos orígenes familiares, cuando formamos parte de una cultura compartimos, también, la historia colectiva, formas de ver el mundo, comprender y significar los acontecimientos individuales y grupales. Esto que compartimos con los otros que han nacido y crecido en nuestro país es lo que se denomina “ecuatorianidad”.
Reconocer de dónde venimos, nuestras raíces culturales, es parte fundamental de lo que somos y queremos ser, de nuestra identidad. Esto tiene que ver con reconocer, también, lo que la cultura ecuatoriana nos aporta de manera colectiva e individual y está relacionado con las creencias, valores y, por tanto, con nuestra forma de comportarnos y actuar.
Sin embargo, valorar nuestra ecuatorianidad no significa que debamos estar de acuerdo con todo lo que la cultura propone. Es necesario ampliar los horizontes, tener nuevas experiencias y aprendizajes para mirar, críticamente, lo que es cuestionable del “hacer” ecuatoriano, lo que nos ancla o nos resigna, lo que no nos permite despegar hacia el mejoramiento de nuestra vida y contribuir a la transformación positiva de nuestra propia cultura.
Salir del provincialismo nacionalista, dogmático y tóxico: “solo lo de aquí es bueno, lo de afuera es malo”, así como de la subalternidad acomplejada: “solo lo de afuera es válido y lo de aquí es lo peor”. Dos posiciones que impiden nutrirse de lo mejor de la cultura humana, sea de donde sea.
¿De qué enorgullecernos como ecuatorianos?
Sin duda existen algunos pasajes históricos (más bien míticos) transmitidos de generación en generación por el sistema educativo, sobre todo a los más grandes, que han sido considerados como como elementos para enorgullecernos de haber nacido en este país. Entre ficciones y hazañas míticas o convencionalmente inventadas, o los triunfos deportivos de marchistas, ciclistas, pesistas olímpicas o clasificaciones al mundial de fútbol, son relativamente pocas las cosas que podríamos sentir, en este contexto actual, como suficientes para alegrarnos de haber nacido en este territorio.
Sin embargo, proponemos algunos aspectos positivos de nuestra cultura y nuestro entorno natural y social, para fomentar el orgullo de ser ecuatorianos:
Aunque sea reiterativo, quizá lo primero que podemos notar como elemento de orgullo es el entorno natural. Nuestro país es privilegiado, ya que en sus apenas 256.370 Km2 podemos experimentar una diversidad excepcional de paisajes y climas; largas playas, mares templados, nevados imponentes y exuberantes selvas están al alcance de poco tiempo de viaje. Nuestra ubicación geográfica es, sin duda, uno de los elementos que permite que la diversidad natural esté presente y llame la atención del mundo.
La diversidad de natural es el escenario de otra razón para estar orgullosos de nuestro país: la diversidad de culturas. En el Ecuador se hablan actualmente 14 idiomas originarios pertenecientes a ocho diferentes familias lingüísticas, en nuestro territorio cohabitan 14 nacionalidades y 18 pueblos, además de los mestizos. Esto nos enriquece como país y como cultura. Alimenta y enaltece nuestra cosmovisión, diversificando las posibilidades y miradas y nuestras formas de comprender el mundo.
Las diversas culturas que habitan el Ecuador son el marco para la variedad, riqueza y creatividad gastronómica ecuatoriana, que es un elemento potente de nuestra ecuatorianidad. Algunos expertos señalan que la cocina ecuatoriana es una de las menos intervenidas de América Latina, lo que hace que sea más novedosa y llamativa que otras comidas del mundo. Las preparaciones de productos deliciosos y poco habituales en otros contextos culturales, que son todavía poco conocidos a nivel internacional es un potencial que debemos seguir valorando y aprovechando.
Otro elemento que nos honra como habitantes de este territorio es, justamente, una característica propia de nuestra cultura: la resiliencia. Esta es la capacidad que las personas tienen para sobreponerse a la adversidad y, si bien es una característica individual, se fortalece en el espacio de las relaciones y la cultura. El ecuatoriano ha sabido superar y sobreponerse a la incertidumbre y el dolor, mantiene la esperanza, alegría y la solidaridad en momentos de zozobra.
Es conocida la frase de Humboldt cuando visitó y exploró el Ecuador en 1802: “los ecuatorianos son seres raros y únicos: duermen tranquilos en medio de crujientes volcanes, viven pobres en medio de incomparables riquezas y se alegran con música triste” y, aunque en mucho esta frase nos describe bien, también es cierto que somos valorados como trabajadores y optimistas, comprometidos y amables, confiables y buenas gentes.
Sin duda todo esto, y mucho más, son aspectos positivos de nuestra ecuatorianidad. Sin embargo, es cierto que es importante también hacer un ejercicio crítico sobre cuánto aportamos, de manera individual y relacional, a fortalecer los rasgos positivos de nuestra cultura.
El ser ecuatoriano también implica un compromiso que debemos fortalecer: saber respetarnos, escuchar y aceptarnos los unos a los otros, reconocer y alegrarnos por los triunfos y éxitos de nuestros coterráneos y paisanos, el apoyarnos y sostenernos. Ser ecuatoriano requiere, además, tener una mirada crítica y analizar con detenimiento las cosas que debemos transformar, reconocer que el presente y el futuro depende de nosotros y no de alguna ayuda mágica o lo que hagan los demás.
No existen “las ecuatorianas”, “los ecuatorianos”, una identidad fija, eterna, inamovible, una “esencia” única, válida para todos y todas, en todo momento y contexto. Existen múltiples maneras de ser con los otros, de “ser ecuatorianos”, que están en continua metamorfosis, construcción y transformación. El desafío es comprometerse en este ser con los demás, con inteligencia, sensibilidad, curiosidad y creatividad, con apertura a lo nuevo.