Si queremos vivir en sociedades más igualitarias, que promueven la convivencia pacífica, un buen inicio es ser conscientes de que nuestras palabras visibilizan al resto.
Desde hace relativamente poco, en los países de Iberoamérica, ha surgido un tema interesante: la conveniencia, o no, de usar lenguaje inclusivo. Las voces, cada cierto tiempo, se levantan, algunas en tono burlesco y otras con una seriedad extrema, sobre si es correcto o no terminar los sustantivos con la letra “e” (todes, abogade, ingeniere), si se trata de una moda pasajera, un tema de real inclusión o de estética del lenguaje. Incluso la RAE (Real Academia de la lengua Española) ha publicado su opinión al respecto en su cuenta de Twitter: “la utilización de la “e” es innecesaria y ajena a la morfología del español”.
Lo cierto es que el lenguaje “inclusivo” no es un tema nuevo y, sin duda, tiene una lógica y una estructura de fondo, que es la misma que define nuestra forma de pensar, actuar, comportarnos y, por supuesto, expresarnos sobre y hacia los otros/otras/otres.
¿De dónde viene el lenguaje inclusivo?
El lenguaje inclusivo surge de la necesidad de visibilizar la diversidad en el idioma español. Hay otros, como el inglés, por ejemplo, en el que los sustantivos no tienen un género específico, es decir, que sabemos si estamos hablando de un hombre o una mujer porque hay una palabra para determinarlo (actor, actress) o porque el contexto de la frase lo da a entender (she is an actor). En nuestro hermoso idioma esto no es necesariamente así.
En el Ecuador, concretamente, comenzó a popularizarse el uso de todos y todas, sobre todo a partir de los 90, cuando los grupos de la sociedad civil dedicados a promover la participación de niños, niñas y adolescentes y sus derechos, llevaron a cabo procesos de sensibilización y, justamente, visibilización de las niñas, frente al lenguaje que priorizaba a los niños (sustantivo genérico en español, pero masculino). El constante uso, en la comunicación de la frase “niños, niñas y adolescentes”, posicionó, de alguna manera, el lenguaje inclusivo en los diálogos cotidianos.
Sin embargo, el lenguaje es más que palabras juntas. Tiene que ver con los sentidos, con la forma en la que vemos el mundo, con nuestro propio ser. Hablamos, y con el habla, hacemos saber a otros lo que somos nosotros, cómo pensamos, qué nos conforma.
El lenguaje, es una estructura y un sistema. Permite construir la sociedad y a las personas que la habitan. Es una herramienta y un vehículo poderoso para aprender y aprehender el mundo. Tiene la capacidad de acercarnos, conectarnos, unirnos o, a la inversa, de alejarnos, desconectarnos, enajenarnos los unos de los otros.
Cuando hablamos no solamente decimos palabras
El acto de hablar y comunicarnos es un acto, también, relacional y político. Nos vincula, pero también determina nuestra posición frente al mundo en el que vivimos y las personas con las que compartimos nuestros contextos. Si prestamos atención a los términos que nuestros compañeros de trabajo o nuestra familia usa al hablar, cómo organiza las oraciones, qué tipo de palabras elige para su comunicación y qué sentido le da a las mismas, podremos darnos cuenta de cómo percibe el mundo, qué piensa de él y de las personas con las que comparte, como se mira y como ve a los demás.
En ese sentido, el español es un idioma que responde, como todos los idiomas, a la cultura que lo utiliza y, por ello, también es un reflejo de su cosmovisión y su forma de vincularse.
Cuando se cuestiona al español desde una posición que sostiene el lenguaje inclusivo, lo que está detrás es un cuestionamiento, fundamental, a la práctica lingüística de una cultura es, sin duda, machista y hetero patriarcal. Una cultura que invisibiliza y menosprecia la diferencia, lo femenino, que margina y segrega a las personas que son distintas o que eligen ser distintas.
Cuando los grupos sociales, activistas y no activistas de la diversidad de género, promueven el lenguaje inclusivo, lo que están reclamando es la utilización de un lenguaje igualitario, que represente a todas las personas que lo hablan, que se comunican por su intermedio, que lo utilizan; que plantea que no solo hay una forma de vivir y ver el mundo, sino que la diversidad enriquece y moviliza, transforma y democratiza las sociedades.
Utilizar el lenguaje inclusivo…. ¿para qué?
El lenguaje construye la realidad, nos ayuda a comprender el mundo, a los demás y a uno/una mismo/a. El lenguaje nos determina y nos constituye.
La utilización del lenguaje inclusivo permite, en primera instancia, poner sobre la mesa una problemática que se vive a diario pero que muchas veces se quiere dejar de ver: el que existen personas y grupos que no tiene voz ni voto en nuestras sociedades. El hecho de que, a pesar de que estamos transcurriendo el siglo XXI, todavía hay marginación y discriminación por temas de género, que todavía se cree que el hombre, lo masculino, tiene una preponderancia sobre lo femenino o la mujer y, aún más: que no se acepta ni se reconoce que hay personas que quieren vivir su diversidad de género y que tienen derecho a ello.
Utilizar el lenguaje inclusivo, además, permite reconocer que nuestra cultura está transformándose; que hay cada vez más conciencia de la diferencia y mayor valoración por la diversidad. Que el lenguaje es, también, un sistema que se transforma, que está vivo, que se adapta a las nuevas circunstancias culturales y a las necesidades de quienes lo usamos.
Lo que no se nombra, no existe. Usando el lenguaje inclusivo visibilizamos a las otras identidades, a las personas diversas, a los que no detentan el poder o están siendo homogeneizadas de forma violenta. Usar el lenguaje inclusivo implica reconocer que debemos dejar de marginar a quienes son diferentes.
Tipos de lenguaje inclusivo
El lenguaje es un sistema complejo y, en ese sentido, hay dos tipos de lenguaje inclusivo que es necesario tener en cuenta:
El lenguaje inclusivo no sexista, que es el que se utiliza para representar a los hombres y las mujeres y que incluye, de forma explícita, los sustantivos o los términos femeninos y no se queda en el genérico masculino para hablar de hombres y mujeres: todas y todos, niños y niñas, abogado y abogada, lector y lectora, etc.
El lenguaje inclusivo no binario que incorpora a las personas que se identifican fuera del sistema binario de género (hombre y mujer) e incluye a todos los géneros posibles. La utilización del lenguaje inclusivo no binario ha pasado por etapas, como la inclusión de símbolos como “@” o la “x”, en el lenguaje escrito. Sin embargo, para el lenguaje hablado, estos “caracteres”, por nombrarlos de alguna manera, dificultan la pronunciación de las palabras, por lo que la modalidad de utilización de la “e” es más común y más fácil de aplicar. La vocal “e” remplaza el uso de la “a” u “o” para la designación del género asociado a los sustantivos.
Finalmente, si bien el uso del lenguaje también es un tema estético, es importante tener claro que las palabras no son asépticas o están vacías de sentido. Son, sin duda, el vehículo de nuestro pensamiento y emociones. Por ello, son fundamentales para una convivencia que esté libre de prejuicios y discriminación. No se trata solamente de incluir la “e” o el femenino porque se quiere estar a la moda, se trata, fundamentalmente, de que los que hablamos un idioma tenemos la responsabilidad de su utilización y de ser conscientes de que el lenguaje construye nuestra cultura.
Al mismo tiempo, el uso del lenguaje no necesita estar normado por lo políticamente correcto, por “alguien”, que quiera imponer, obligar o normar una utilización obligatoria de la “e”. La libertad de relacionarse y comunicarse con respeto, desde el respeto, significa también la práctica de una apertura y flexibilidad al derecho de hablar, ya sea teniendo en cuenta la sugerencia de la RAE: “la utilización de la “e” es innecesaria y ajena a la morfología del español”; como el de quienes se sientan cómodos con el “expresarnos sobre y hacia los otros/otras/otres”.
Si queremos vivir en sociedades más igualitarias, menos discriminatorias y que promueven la libertad y la convivencia pacífica, un buen inicio es ser conscientes de que nuestras palabras visibilizan al otro, lo construyen y lo ubican en el mundo.