Incorporar a los niños en la organización de las fiestas les permite una participación activa en este encuentro, lo que aumenta su autoestima.
Estamos entrando a los dos últimos meses del año, y, como suele suceder en esta época, las personas comienzan a pensar en la organización de las celebraciones, cómo predisponer el ambiente para pasar en familia y cómo se llevará a cabo la logística familiar en estas épocas.
Se dice que la Navidad es, sobre todo, una fiesta para los niños y niñas: la expectativa de recibir regalos y la demanda por tener lo último que los comercios ofrecen, muchas veces, suele opacar lo que realmente importa: la unidad familiar, la solidaridad, la alegría, la comprensión y el compartir.
Si el objetivo, entonces, es recuperar la esencia familiar de la Navidad y disfrutar del encuentro, la relación y la conexión entre los que más queremos, uno de los elementos que se deben garantizar es la participación de todos los miembros de la familia en la organización, de manera que no sea algo que “pasa”, solamente, sino que cada uno de los miembros del hogar, sobre todo los más jóvenes, puedan apropiarse y protagonizar.
La participación activa de todos los miembros del núcleo familiar en los preparativos es un elemento clave para el fortalecimiento de la autoestima de los más jóvenes y para que las celebraciones cumplan con nuestras expectativas: la alegría, la paz y hacer patente la conexión y unidad familiar.
Tradiciones que pueden actualizarse
Ciertamente, para muchas familias, las festividades de fin de año son la repetición de tradiciones que vienen dándose desde hace varios años o décadas. Normalmente, son los padres y madres los que quieren repetir (porque así “lo han vivido siempre”) lo que sus propios padres y abuelos hacían en estas fechas y, muchas veces, son quienes “preparan el terreno” para la celebración.
Desde la decoración del hogar, hasta el menú y las actividades que se programan, suelen estar definidas por lo que los adultos consideran que es lo que se “debe” o “no se debe” hacer. Y, claro, los niños, niñas y adolescentes asumen (con más o menos entusiasmo) lo decidido por sus padres. Es bastante común escuchar, por ejemplo, a madres/padres que se quejan porque “no les colaboran” para el arreglo de la casa y los preparativos, o se muestran preocupados porque sus hijos más grandes hacen “otros planes” y no participan en lo que “siempre se ha realizado” en las celebraciones navideñas.
También es común que, mientras más crecen los hijos, el entusiasmo suele disminuir a la par que el cuestionamiento a las “tradiciones navideñas” se acrecienta, lo que se evidencia en aislamiento de los más jóvenes, confrontaciones, malos entendidos y falta de diálogo.
En ese contexto planteamos algunas ideas que pueden aportar para generar un ambiente con armonía y participación durante los preparativos y a lo largo de los días de celebración por Navidad y fin de año.
No es obligatorio ser feliz
Algo común en las culturas que celebran la Navidad es la imposición (venida desde el mercado y el comercio, sobre todo), de ser feliz. Y eso suele contradecir, en la mayoría de los casos, lo que realmente sienten las personas en esta época.
Como ya hemos mencionado, las presiones por elegir el mejor regalo, la falta de presupuesto, la ansiedad por dar y recibir, el tráfico, las constantes reuniones sociales y las aglomeraciones que caracterizan estos meses suelen ser caldo de cultivo para problemas físicos, emocionales y relacionales. El cansancio, el desánimo y el estrés, son casi siempre disimulados, generando malestares internos (ideas negativas, falta de concentración, baja autoestima, irritabilidad, etc.) y externos (desconexión con los otros, discusiones y peleas, malos entendidos, silencios, etc.).
Los niños y adolescentes suelen, también, sentir las mismas presiones e, incluso, más, ya que a la lista anterior se añaden, la constante comparación, la autocrítica lacerante y/o la sensación de injusticia porque creen que los demás son felices y ellos no.
En estas épocas, entonces, es fundamental que abramos la conversación con los más pequeños sobre los temas que realmente importan y la salud mental, más allá de que también se hablen de lo que les gustaría o quisieran recibir. Se trata de preguntar e interesarse por lo que piensan y sienten, por lo que les preocupa, sobre ellos mismos y los demás. Y, también, abrir la posibilidad y la puerta al reconocimiento de que se pueden sentir (ellos y los propios padres y madres) tristes y preocupados, que es válida la sensación de cansancio y abatimiento que también traen estas fechas.
Uno de los primeros pasos para involucrar a los más jóvenes en las actividades que queremos realizar es, justamente, invitarlos al diálogo, a partir de preguntas significativas -sobre lo que realmente nos importa, sobre ellos y ellas-, y, sobre todo, de la apertura para escucharlos sin criticarles, sin asustarse y sin censura.
¿Y si cambiamos la rutina?
Las festividades de fin de año suelen seguir, en la mayoría de familias, un guion pre establecido que puede comenzar en octubre y termina en febrero y que está pensando desde una lógica que recoge la tradición familiar y las demandas de sociales (cada vez más exigentes y menos humanizadoras).
En este guion pocas veces se toman en cuenta las circunstancias, ideas o propuestas de los niños, niñas y adolescentes; se trata de cosas que se hacen porque “así se han hecho” o porque los padres y madres creen que es lo que sus hijos quieren, o porque se prioriza a los adultos y su bienestar frente a los hijos.
Esta constatación lleva a que los más jóvenes de la casa se desconecten, lo que redunda en una voluntad evidente por no participar en los preparativos, o malestar y hasta discusiones al momento de hacer lo que se ha planeado (“¿por qué debemos hacer siempre lo mismo?”, “¿por qué debemos pasar la Navidad ahí?”, “¿Por qué hay que comer eso?)
Es este sentido, evidentemente, hay que hacer cambios en las lógicas familiares, recogiendo la opinión e ideas de todos sus integrantes. La apertura de los padres a la palabra y pensamiento de sus hijos (desde los más chicos hasta los adolescentes y jóvenes adultos) redunda, casi siempre, en sorpresas agradables para todos.
Proponer que cada uno de los integrantes de la familia aporte con algo para la decoración, celebración, preparación del menú, por ejemplo, y recibir el aporte con curiosidad y alegría (sin censura), es una buena idea para involucrar a todos, incluso cuando se trata de familias grandes.
Estar abierto, como padre o madre, a perder algo del protagonismo en estas fechas y darles protagonismo también a los más chicos, es una buena idea para fomentar la responsabilidad, creatividad, solidaridad, compañerismo y alegría. Recoger las ideas de los hijos y ponerlas en práctica es una forma de hacerlos sentir amados, aceptados y respetados, reconocidos y valorados.
Planificación conjunta
Es difícil sumarse a un plan en el que no han preguntado si quiere, o cómo quiere, participar. Esto vale para la vida cotidiana, en cualquier momento del año y en cualquier espacio. Y en estas épocas de celebración por Navidad, es bastante común que no se planteen estas preguntas.
Los padres y madres acostumbran a decidir qué, cómo, cuándo y con quién se llevarán a cabo los preparativos y los eventos familiares. Muchas veces, los hijos solamente son informados de cómo se desarrollarán los acontecimientos o qué se espera de ellos en este proceso.
Si se quiere que los hijos participen activamente, con buena predisposición y de manera presta, en las actividades, es una buena práctica la planificación en familia, con flexibilidad y apertura, reconociendo la diversidad y la diferencia. No es lo mismo tener 6, 16 o 25 años. Existen habilidades, capacidades y, sobre todo, intereses, distintos en cada etapa de la vida.
Quizás la rutina que hay que construir, para garantizar la participación, es la de la pregunta y la planificación en familia de las celebraciones. Para construir rutina no basta con realizar algo una sola vez y cambiar de idea al ver que no da el resultado que esperamos, se trata de ser constante. Quizás se una buena idea comenzar, este 2023 y repetir esto en cada celebración a lo largo del 2024, de manera que todos los miembros de la familia se sientan involucrados, corresponsables y valorados en el proceso.
Valorar, reconocer, respetar, aceptar y reír
Finalmente, es evidente que, con la participación de todos, habrá cosas que no queden perfectas e incluso que salgan, al menos un poco, del control paterno. Es el momento de poner en una balanza la perfección y el quedar bien frente a la participación, el sentido de pertenencia y la alegría.
La autoestima de los niños y adolescentes se construye con el tiempo y a partir de la mirada y de las palabras de sus padres y gente allegada. Se fortalece a partir de estos elementos:
• Valorar, que significa sentir que soy preciado e importante para las personas significativas. Que no da lo mismo que esté o que no esté, que diga o que me quede callado.
• Reconocer, que implica el mirar lo que el niño y adolescente aporta, mencionarlo, hacerle saber que su contribución es importante y ha sido recibida con apertura y amor.
• Respetar que puede haber diferencias, que su aporte o él/ella mismo/a puede no ser lo que yo -como padre o madre- esperaba, creía o planeaba y que, sin embargo, es importante y necesario su aporte y presencia.
• Aceptar el aporte, la palabra, la acción de los hijos y a los hijos en sí mismos, como lo que son: seres humanos únicos e irrepetibles, que se los ama así, sin condiciones y sin peros, ni quejas, ni exigencias de perfección.
• Reír, alegrarse con ellos y por ellos, darle espacio al humor, a la flexibilidad y a la imperfección de la propia condición de seres humanos. Reírse de uno mismo y con los otros (no de los otros). Darle espacio a la alegría como posibilidad no como obligación.
Que la época de preparación de las festividades de fin de año -de fin de ciclo- sea el espacio, sobre todo, para el reconocimiento de la importancia de los hijos e hijas en la vida de los padres y de las madres, para la curiosidad e interés sobre lo que ellos y ellas pueden contribuir, para la apertura a la diferencia y a lo nuevo y, sobre todo, para la alegría de la construcción de una relación de confianza, responsabilidad, aceptación, comprensión, seguridad, libertad y respeto.