Este comportamiento es común en los niños pequeños. Estallidos de enojo o frustración, acompañados de llanto, gritos o golpes. Como padre puede aprender a manejarlos.
Las rabietas son estresantes, tanto para padres como para hijos. Antes de lidiar con ellas debe saber que todo berrinche tiene un motivo. No se trata de niños malcriados, enfermos o manipuladores. El motivo que lleva al niño a comportarse de esa manera es que todavía no logra controlar sus emociones.
La exposición constante a aparatos electrónicos o el consumo desmedido de juguetes, dulces, bebidas azucaradas y golosinas, hacen que los niños se sientan ansiosos y tengan emociones que no pueden procesar. Esto los lleva a “estallar” más a menudo. Asimismo, nuestro estilo de vida familiar, expuesto a demandas constantes de todos los contextos (laborales, conyugales, familiares y sociales) limita la capacidad de contención y de una respuesta serena.
Al tratarse de una “descarga” de emociones, la rabieta no debería durar más de unos minutos. Si los padres no la enfrentan correctamente, esta puede durar más tiempo.
La calma, ante todo
Los berrinches son acciones que los niños no pueden controlar. La actitud que los padres tengan con sus hijos ayudará a que duren menos y a que el niño, con el paso del tiempo, alcance las capacidades necesarias para manejar, de forma adecuada, sus emociones, frustraciones y molestias.
Para empezar, hay que recordar que nuestros hijos nos necesitan y que estamos llamados a protegerlos, amarlos y respetarlos en todo momento. Es imposible negar que estas actitudes son intensas tanto para niños como para adultos y que, muchas veces, su frustración y rabia, manifestada con violencia o llanto, contagia a los padres. Por ello, es importante rodear al niño de amor, hablarle con respeto, dulzura, cariño y recordarle que estamos con y para él.
Otra acción necesaria es evitar que se hagan daño. En casos extremos, los niños pueden agredirse durante una rabieta. Se recomienda abrazarlos, preferentemente desde la espalda, de forma que nuestros brazos puedan rodearlos y controlar los suyos. El abrazo debe ser firme, pero no violento, y es mejor si está acompañado de palabras amables y cariñosas, que los ayuden a recuperar la calma.
A veces, dependiendo del pequeño y de las circunstancias, el propio niño no deja que sus padres se acerquen, actuando con violencia. En estos casos es aconsejable ofrecerle otras alternativas (objetos que pueda abrazar o golpear), o darle espacio. Dejar que se retire a su habitación y llore a solas, haciéndole notar que no está solo ni que se lo abandona, que es importante y se lo quiere.
Los berrinches desafían nuestra paciencia y entendimiento
Para lidiar oportuna y efectivamente con esta situación, es necesario reflexionar sobre lo que lleva al niño a la rabieta, de forma que podamos comprender lo que lo molesta o qué no ha logrado resolver. Esto sin la intención de “darle gusto” o “hacerle las cosas”, sino para explicarle las razones por las que frustró sus deseos, cuando todo haya vuelto a la calma. Cada niño es distinto y hay que acompañarlos en cada proceso de su desarrollo, de forma individual y amorosa.
Ciertos adultos piensan que sus hijos son “muy mimados” o “malcriados” y por ello hacen berrinches. Sin embargo, lo que experimentan ese momento es ansiedad y un cansancio desesperante. Están tan agotados que lo que necesitan en verdad es dormir o descansar.
Las rabietas se relacionan con los límites, necesarios y saludables para todos, pues apoyan al crecimiento respetuoso del niño. No se trata de cumplir todos sus deseos por miedo al estallido del niño, ni reaccionar de igual manera, con violencia, gritos o golpes. Se trata de mantenerse firme, respetuoso, amoroso y hacer lo posible para prevenir que esta circunstancia se desate.
Tener reglas humanas claras y expresarlas de forma que el niño pueda conocerlas y comprenderlas; tener en cuenta la necesidad de autonomía de los niños y promover su desenvolvimiento, garantizando su seguridad y protección; recordar que los adultos somos nosotros y que podemos manejar de mejor manera nuestras propias emociones; ser flexibles frente a nuestros hijos y recordar que nuestro principal objetivo es que ellos crezcan en ambientes amorosos y saludables, contribuyendo a que sean mejores personas. Al poner estos consejos en práctica logrará limitar escenarios desgastantes y estresantes, como una rabieta.